Conforme vamos creciendo y madurando aprendemos que hay ciertas cosas que no se deben hacer. Por ejemplo: No debes correr sin estirar, salir de casa sin lavarte los dientes, usar el celular mientras conduces y ponerte ropa arrugada. Sin embargo, hay una cierta clase de conocimiento (empírico) que no es tan fácil de aprender porque implica una reconfiguración de toda nuestra persona.
Con el paso del tiempo descubres que tienes una cantidad (finita) de energía y que la usas, quieras o no, en diferentes actividades a lo largo del día. Utilizas un poco mientras conduces, otro cuando sales a hacer ejercicio, cuando arreglas tu cuarto y otros muchos etcéteras. Pero ésta energía, a lo largo del día, se va acabando de manera que llegas en la noche o al fin de semana completamente exhausto. Por supuesto, nos lleva a la pregunta ¿En qué estoy usando mi energía? ¿La estoy invirtiendo o la estoy gastando? Porqué así como el tiempo, el dinero y cualquier recurso escaso, necesitamos poner en orden nuestras prioridades y buscar “economizarlos” (asignación correcta de los recursos) para llevar una vida mas plena.
Tener energía te permite lanzarte a proyectos importantes, realizar tus metas deportivas, buscar un crecimiento espiritual, avanzar un poco mas en tu videojuego o ver una temporada completa de tu serie preferida. Sin embargo, ¿Cual crees que esté mejor ocupada?
Es así como aprende uno que hay cosas con las cuales no conviene engancharse porque, literalmente, terminan quitándote la energía y no te ayudan en lo absoluto a alcanzar tus metas. Con ésto en mente uno piensa en amistades, diversiones, actividades e intereses y comenzamos a distinguir entre las que nos ayudan y las que no.
A nivel pareja, Liz y yo descubrimos que gastar energía enojándonos en cosas tontas era algo desgastante y sin sentido; no valía la pena ir a ver una película que no nos llamara realmente la atención, que era necesario reconfigurar nuestra forma de aprovechar las tardes y, sobre todo, que tenemos suficiente “combustible” para alcanzar todo los que nos proponemos si somos hábiles administradores.
La dificultad puede residir en que, cuando no hay claridad de metas, todo nos puede parecer bueno (“Cuando no sabes a donde vas cualquier viento te lleva”), pero la grandeza a la cual Dios nos ha llamado pasa por, indudablemente, un esfuerzo sincero por ponernos metas y alcanzarlas. Cuando tienes una meta suficientemente motivante puedes “redirigir” tu energía de actividades que representaban fugas y concentrarte en lo que es, en serio, valioso. Resulta importante aprender a hacerlo cuanto antes porque, si no, uno se acostumbra a vivir monótona y cansadamente; como si fuera la única forma de existir y fuera señal de adultez. En realidad es señal de pereza mental, de falta de claridad y coraje para comprometer todos los recursos (como la energía) en alcanzar lo que nos hemos propuesto.
La enorme tristeza de nuestros tiempos que es que hay muchas personas que viven sin motivo, sin alcanzar su potencial y sin permitirse ilusionarse porque siempre están cansados. Sin lugar a dudas, esa no es la vida que me resulta atrayente y no quisiera que las generaciones que vienen después me recordaran así. Al final de todo, necesitamos ser de los que cambian al mundo y no al revés; y eso implica mucha energía.