Cualquier relación humana tiene sus riesgos y es algo que uno afronta, con mayor o menor humor, esperando que las consecuencias sean positivas. Ya sea laboral, de amistad o simplemente de compañeros de equipos de futbol, el hecho de relacionarte con alguien implica que hayas tomado decisiones que te han llevado hasta allí. Incluso uno puede sentirse cómodo sabiendo que hay una cierta “fecha de caducidad” para las relaciones que se están generando. Un ejemplo pueden ser los amigos de la universidad o del trabajo; sabes que, sin importar el cariño existente, la distancia puede terminar ocasionando algo de separación emotiva y que la amistad se “enfríe”. Uno entiende ésto desde el principio.
Pero ¿Qué pasa con una relación de noviazgo? ¿También tiene fecha de caducidad? Cuando el amor es verdadero, evidentemente, no se acaba sino se va transformando, creciendo, madurando y dando fruto. Sin embargo, podemos ver como relaciones de noviazgo o incluso de matrimonio, se debilitan con la distancia, el tiempo o las circunstancias que les rodean. Y, la verdad, siempre me dio preocupación pensar en los recursos que podemos “invertir” erróneamente o, mejor dicho, “invertir” sin sacar el máximo provecho de ellos. Dedicar 4 años de relación a una persona para, al final, no quedar juntos; tener 24 años de casados, 3 hijos y, aún así, terminar divorciándose (como fue el caso de mis papás) y un sinfín mas de casos conocidos donde, a pesar de todo, pareciera que el cariño y las costumbres no fueran suficientes.
Cuando comencé a andar con Liz, la distancia era nuestro factor de mayor preocupación. ¿Seremos capaces de vencerla? ¿Por qué nosotros sí podremos donde los demás no? Y por supuesto que eran temas importantes a considerar: Meterle energía y tiempo a una relación en la cual no estuviera convencido no me resultaba nada apatecible, no quería algo para pasar el tiempo, quería algo que perdurara. Por eso, comenzamos a ceñirnos a ciertas “reglas” desarrolladas con la intención de darle prioridad a nuestra relación. Cosas muy prácticas como “No dormir enojados”, “Primero hablar de las molestias con el involucrado y no con terceros” o “Sin importar el enojo, jamás nos faltamos el respeto”. Incluso otros comportamientos, completamente libres y naturales (hasta de sentido común) pero que, a la distancia, uno agradece. “Cuidar nuestras amistades” “Atención a con quien sales” y “No ponerse en situaciones de riesgo” ayudaron a darle una formalidad a nuestro amor que ayudó a que todo lo demás cayera en su justo lugar. Es decir, el desarrollo de disciplina en la acción y en el pensamiento nos ha ayudado a vivir nuestra vida con bastante serenidad, sin someternos a los vientos cambiantes del ánimo y del sentimiento.
Disciplina es una palabra a la que tendemos a darle un valor casi sobrenatural. “Es que no tiene/tengo disciplina”, junto con una mueca de resignación, es el pretexto perfecto para justificar una acción indebida. Es que, a final de cuentas, ¿Qué es la disciplina?
La disciplina es el valor que te permite alcanzar una meta mediante la aplicación de determinadas acciones. Así que la falta de disciplina no es, en ninguna forma, justificación ya que, en el fondo, solo significa que no tenemos metas bien definidas (ni suficientemente atractivas) o la falta de conocimiento sobre lo que hay que realizar. Más que la disciplina lo que nos puede hacer falta es la decisión por algo, la disciplina vendrá como consecuencia.
Creo, sin lugar a dudas, que la disciplina es la clave de la felicidad ya que te permite optar por algo y saber que, en algún momento lo alcanzarás sin perderte en el intento.
En ésta decisión por nuestro matrimonio, hemos (Liz y yo) hecho una opción consciente, constante y repetida (muchas veces a lo largo del día), de darle prioridad a lo que hemos querido que sea primero. Eso ha implicado ajustar algunos gastos, desechar alguna opción laboral, alejarse de ciertas amistades y huir de situaciones riesgosas antes de ponernos en ocasión de peligro.
Sé que aún nos queda mucho camino por recorrer y no quiero cantar victoria antes de tiempo, le ruego a Dios nos ayude a continuar pensando, actuando y amando desde la disciplina y no desde la comodidad de nuestras inconsistencias. “Todo lo bueno en ésta vida implica un esfuerzo” me decían de pequeño. He descubierto que ese esfuerzo está mejor encauzado por la disciplina y tiene un efecto multiplicador. Amar más y mejor con los mismos recursos, usados por completo.
